Washington, 22 jul (EFE).- En su trabajo voluntario como traductora en la frontera México-Estados Unidos, Alejandra Oliva tuvo que comprimir cientos de historias de solicitantes de asilo, llenas de violencia, miedo y sueños, para que cupieran en los formularios. Ahora las cuenta -y las humaniza- en un libro.
La «violencia» de esta experiencia que transformó a los humanos en «migrantes» y «forasteros» -la palabra que el gobierno de los EE. UU. usa para los extranjeros- lo llevó a decidir escribir su nuevo libro, «Rivermouth: A Chronicle of Language, Faith, and Migration», para capturar el lado emocional del sistema de inmigración de los EE. UU.
En la obra, mezcla de autobiografía y crítica social, Oliva refleja cómo el proceso de inmigración del país que lo vio nacer, en el seno de una familia de origen mexicano, “no está diseñado para poner en el centro la humanidad de la persona”.
El autor explica en una entrevista con EFE que ese carácter burocrático y aséptico del sistema impregna tanto el conocimiento que tienen los ciudadanos sobre cómo migrar o solicitar asilo en Estados Unidos como la información que se reproduce en los medios.
“Mucho del lenguaje que usamos en torno a la inmigración es muy burocrático y político, y va más allá de la experiencia” de quienes deciden migrar o buscar protección en Estados Unidos, señala.
Por ejemplo, la palabra «centro de detención», tan repetida por los medios y por los políticos, esconde, según Oliva, «la textura (del lugar), lo que es estar detenido, la comida horrible, los guardias que no hablan el idioma».
E incluso el propio nombre de migrante, que se enfoca sólo en el acto de migrar y no en el hecho de que se trata de personas con una historia y una biografía completas, que llevan consigo sueños, anhelos, malas y buenas costumbres. Poner a las personas en esta categoría significa, para el autor, «quitarles mucho de su humanidad».
Durante sus años de experiencia como traductora, trabajo que comenzó a realizar como voluntaria para organizaciones de migrantes en 2016, Oliva ha trabajado tanto en la frontera con personas recién llegadas como con quienes ya llevan un tiempo en Estados Unidos y buscan asilo.
El proceso de traducción, que consiste en sentarse con ellos y escuchar su historia, en español, luego ayudarlos a completar el papeleo, en inglés, y comenzar con los trámites de inmigración, fue «completamente deshumanizador» para Oliva.
Muchos de ellos, comenta la autora, nunca antes han contado a nadie lo que han vivido, ni han tenido tiempo de desahogarse o situarse, y la primera conversación al respecto, en su idioma, fue con personas como ella.
Además, como en el caso de un solicitante de asilo en el libro, las personas ya han contado su historia a las autoridades y no les han creído.
Esta salvadoreña, cuenta Oliva en “Rivermouth”, se mostró reacia a contar cómo unos pandilleros mataron a su prima frente a ella y la amenazaron a ella y a su familia de que vieron lo que había pasado, porque la primera vez que lo hizo, las autoridades migratorias no la consideraron calificada para solicitar asilo.
«A veces se siente como violencia además de lo que han pasado. Es fundamentalmente una falta de respeto (…) tener que cortar su historia en pedazos pequeños para ponerla en un formulario en el que piden quedarse en un lugar seguro», dice.
MISMAS PÓLIZAS CON DIFERENTE NOMBRE
El lenguaje, sin embargo, también puede servir para enmascarar una realidad, y es algo que, según Oliva, se está experimentando actualmente bajo el gobierno del presidente Joe Biden.
Ha cambiado la forma en que el actual ejecutivo estadounidense habla de la migración: ha pasado de un expresidente como Donald Trump (2017-2021), que hablaba de «criminales» y «malos», a la administración demócrata, que aboga por un trato «humano» en la frontera.
Sin embargo, señala Oliva, el cambio real de política ha sido nulo.
“La administración de Biden nos trajo muchas de las mismas políticas, con un lenguaje un poco más humanizador, pero no vale la pena si no le das a la gente la oportunidad de ejercer su derecho a ingresar al país y solicitar asilo”, dice.
La administración actual puso fin al Título 42 en mayo pasado, una regla de salud impuesta por Trump que permitía devoluciones en caliente en la frontera. En cambio, sin embargo, aplicó nuevas reglas que han sido ampliamente criticadas por los defensores de los derechos humanos por tratar de restringir las solicitudes de asilo en la frontera.
Bajo estas regulaciones, el gobierno ha impuesto la aplicación móvil CBP One como el principal medio legal para solicitar asilo y también está considerando mayores consecuencias para aquellos que cruzan ilegalmente, incluida la deportación y una prohibición de 5 años para volver a ingresar a los Estados Unidos.
“Nos enfrentamos a una discriminación numérica, desde los niveles más básicos, como iniciar el proceso para poder ingresar al país… hay muchas políticas iguales (de Trump), con diferentes ángulos, pero que tienen el mismo efecto”, dice Oliva.
alejandra arredondo